¿ESTAMOS COMIENDO COMIDA DE ASTRONAUTAS?

Cuando aprieta el hamre...
Cuando aprieta el hambre…

De alguna manera, claro. Estás leyendo un blog que se llama El Cocinauta, y en su portada aparece un astronauta yanqui detrás de una salchicha que, en esas condiciones, no se podrá comer. ¿Qué come un astronauta cuando está en el espacio?

Comida deshidratada, snacks congelados a -40ºC, comida energética donde, en una barra de pocos centímetros, caben la mayoría de nutrientes necesarios para una persona durante la mañana. Comen geles, fáciles de digerir y de tragar. Alimentos y bebidas envasados al vacío, como té, chocolate instantáneo o huevos revueltos especiados. Se ofrecen diferentes dietas según gustos y respetando las alergias (ahora está de moda la dieta mediterránea entre los hombres y mujeres del espacio). Pero sobre todo se cuida mucho que el sabor sea el que los astronautas recuerdan como el mismo de cuando tienen los pies en la Tierra: un pollo al curry debe saber a curry, y si hay presupuesto, a curry del Madrás. Si al astronauta en cuestión le gusta el picante, se le añade un poco más de especias. Si su compañero tiene problemas digestivos, se le ofrece comida más suave. La idea es producirles un efecto psicológico de satisfacción. Todo sea porque la nave, y ellos, vuelvan sanos y salvos.

Las paellas precocinadas de muchos chiringuitos de playa me sugieren comida de astronautas.

Lo que está claro es que son platos pensados desde el laboratorio y hechos en el laboratorio, de manera que conservan propiedades, sabor, un aspecto razonable, color, olor, gracias a los descubrimientos de la química y a la manipulación «artificial» de los alimentos. La artesanía es un artificio, pero lo es de un modo, digamos, elemental, básico, y todavía un poco animal. No es lo mismo un mortero que un microscopio o una pipeta, y a esto me refiero con «artificial».

Mucha de la comida que se introduce en una lata, o está precocinada, ya de por sí suele ser de baja calidad: a veces son sobras, productos no vendidos por alguna razón, entre ellas la de estar «casi» en malas condiciones. Pero además comparte las sustancias y procedimientos de la comida de los astronautas; se trata de aditivos, mejorantes, saborizantes, etc. que hacen más apetecibles los ingredientes que uno se encuentra cuando abre un bote o una lata. Hacen que huelan mejor, que sepan a algo, que no se deterioren o tarden mucho tiempo (cada vez menos) en hacerlo, que tengan mejor color. En definitiva, nos los tenemos que comer, pero también tenemos que tener ganas de comérnoslos. Para eso están la industria y los laboratorios.

Esto se nota mucho en el pan, sobre todo en el que venden prehorneado y congelado para terminar de pasarlo por el horno, por segunda vez, en la tienda. Así está «recién horneado», una forma más de esconder la ínfima calidad de las harinas, el abuso de las levaduras y de la sal con el fin de disimular la insipidez, de resaltar la función de los aromatizantes y emulsionantes que mejoran la apariencia.

No quiero entrar en el debate (¿o tal vez sí?) acerca de la legislación vigente en materia de publicidad fraudulenta por un lado, ni acerca de la supuesta necesidad y la permisividad del uso cotidiano de aditivos en muchos de nuestros alimentos, así como de la tal vez peligrosa combinación de ellos para nuestro organismo. Sí me parece más interesante lanzar una pregunta: si el uso de estos aditivos mejora la apariencia y demás factores de un alimento de no muy buen aspecto, ¿qué efecto provocará en un producto que esté en óptimas condiciones? Ninguna ley impide, creo, utilizar estos aditivos bajo una cantidad legal.

¿Utiliza la alta cocina aditivos propios de la industria alimentaria?

2 comentarios sobre “¿ESTAMOS COMIENDO COMIDA DE ASTRONAUTAS?

  1. «La [estrella Michelin] de Julio duró cuatro años. En verano de 2013, celebrando su cumpleaños en un reputado restaurante, vio acercarse al camarero con una botellita de spray y se temió lo peor. “Y ahora…”, les soltó a él y a su novia con el dedo índice en el pulsador, “el aroma de jerez”. Aquel restaurante tenía una estrella Michelin, como el suyo. También menú degustación y algunas otras características que había encontrado replicadas en infinidad de lugares. “Un menú degustación tiene que ser como la obra de un artista, solo así tiene sentido. Lo que no puede ser es un menú de racionamiento porque entonces estás vendiendo humo”, defiende Julio. Aquel día fue el punto de inflexión. “Sentí que quería alejarme un poco de todo aquello”, recuerda en una mesa del comedor de su restaurante».

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  2. «No creo posible elaborar una cocina de calidad utilizando productos fuera de temporada, por perfecta que sea la tecnología de conservación de los alimentos. Si hablamos de cocinas regionales, nos referimos evidentemente a cocinas directas, auténticas, apartadas de toda sofisticación Y por consiguiente, es preceptivo el uso de ingredientes en su «estado de gracia»: está por inventar la técnica que permita conservar este «estado de gracia» de unos guisantes recién cogidos, de unos pulpitos o de unos salmonetes recién pescados, de unas codornices silvestres, de unas fresas de bosque.»

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